QUINUA : Cereal de vida en Oruro




Mientras cosecha los campos de oro, rubí y esmeralda, Justino Huayllas Llantos proyecta qué va a comprar en un futuro cercano. “En la comunidad queremos conseguir un tractor sólo para la finca y hacer otro pozo grande cerca de Quillacas”, revela. Esos deseos van más allá de los simples sueños gracias a la quinua que recoge; las posibilidades de mejorar la vida de 35 familias es muy real.

Con el apoyo de la Fundación Altiplano y Usaid, los comunarios de Quillacas van camino a convertirse en grandes provedores del cereal andino. No es simple alharaca; este año calculan obtener alrededor de 444.000 bolivianos por toda su producción, si es que todo sale como está planeado.

Quillacas, un pequeño municipio de Oruro, descubrió que sus áridos terrenos pueden contener un tesoro tan preciado como el de los socavones. De hecho, hasta se podría decir que más valioso, ya que mientras la plata y el estaño se pueden encontrar en todo el mundo, la quinua es un producto casi exclusivamente boliviano, y el interés por el cereal es mundial.

“Realmente vale como oro”, exclama admirado don Justino. “Bien nos pagan por los quintales de quinua. Además, no sólo piden una variedad, la gente quiere que les vendamos los granos rojos, amarillos, y negros. Sobre todo en los últimos tiempos, en Europa y Japón nos piden mucho la quinua negra”, agrega el agricultor.

La quinua de la región es un gran negocio. La calidad de las plantas es igualada por muy pocas fincas, ya que en esta parte de Oruro hay tierra ideal, aunque no lo parezca a simple vista, y mucha tradición. “Mis abuelos y sus abuelos también cultivaban quinua”, asegura don Jacinto.

Pero, hasta hace dos años, los comunarios de Quillacas no aprovechaban bien esa fortuna. El responsable de la finca, José Luis Pozo Jiménez, recuerda que “ellos ya estaban acostumbrados a las técnicas ancestrales, algunas de las cuales no les beneficiaba a largo plazo, como el cultivar en pequeños espacios, cerca de sus casas y sólo para su consumo”.

Claudio Huayllas Llanto, familiar de don Justino, encoje los hombros y con una sonrisa explica el rechazo de sus vecinos. “Siempre hemos trabajado la tierra acá. Nuestros padres, nuestros abuelos y sus abuelos tenían parcelas con quinua. Ésta no es una planta nueva para nosotros”. Los comunarios admiten que se consideraban expertos y que nadie les podía enseñar nada nuevo. Se equivocaron.

Los técnicos llegaron con novedosas técnicas de cultivo, ingeniosos aparatos de riego y más eficientes formas de recoger las plantas durante la cosecha. Dos años después, Claudio reconoce que “siempre hay algo nuevo para conocer”.

La mano del ingeniero Pozo recoge un puñado de arena de una de las parcelas. Cuidadosamente escoge y un pedazo de terreno donde no hay ninguna planta y enseña su muestra al visitante. Los granos son secos y duros. No hay color en las partículas y su textura reseca la piel.

Sin embargo, esa inhóspita tierra es ideal para el cereal. “No por nada la quinua crece aquí mejor que en cualquier otro lado”, expresa el responsable. Mas las plantas que crecen a su libre albedrío son escuálidas y pequeñas. Por ello, la primera lección es la preparación del terreno.

Pero, para ello, primero se debe asegurar el suministro de agua. Un complejo sistema recoge el líquido de un pozo a más de 100 metros del reservorio donde se lo almacena. El elemento será utilizado para preparar las parcelas, 22 hectáreas, y para los dos únicos riegos del año.

Un producto orgánico

El terreno está húmedo y listo para sembrar. Más no es sólo colocar la semilla a la de Dios. No; los quillaqueños utilizan un tractor especial, el Satiri III que coloca en la tierra la planta, el abono (de las llamas que crían los comunarios) e insumos orgánicos. “Tenemos sustancias que fueron preparadas en el país que colocan al suelo microorganismos que ayudan al crecimiento de las plantas”, cuenta Pozo.

Una vez que la quinua está plantada, al agricultor sólo le queda esperar y vigilar. El cereal no necesita de muchos cuidados, pero, para asegurarse de que las plagas no maten los retoños, los cultivos deben ser fumigados periódicamente. Los plaguicidas no son los químicos comunes, son sustancias ecológicas que permiten que los granos resultantes puedan venderse como insumos orgánicos.

Dos equipos permiten este control. El primero es un tractor con mangueras de hasta 10 metros. El segundo es una carretilla inspirada en la máquina grande para los espacios más pequeños. Y estas técnicas son combinadas con el saber ancestral para espantar el granizo con humaredas, ingeniosas trampas de luces y feromonas para capturar insectos y el simple cercado que frena al ganado y su apetito y a los dañinos conejos y liebres.

La cosecha se hace con sierras mecánicas para reducir la caída del grano. Toda la comunidad participa, apilando las plantas una sobre otra por colores y obligando a Justino a admitir que “todo suelo es bueno... si lo trabajamos como se debe”.

Fuente : http://www.la-razon.com/versiones/20100404_007052/nota_277_982305.htm

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